by - julio 21, 2016

  Giraba la cabeza buscándolo, pensé que podía haberse ido lejos, pero llegó incluso antes.
  Repetidamente me decía las mismas cosas, como si no fuera suficiente dolor, como si no quisiera que lo deje de tener en mente.
  Admiraba el paisaje desde la ventana y me sacó una foto, o más, realmente no lo sé, y no me di cuenta, tampoco me hubiera enojado.
  Comíamos galletitas mientras mirábamos la serie, o estábamos con el celular, o los gatos jugaban siempre subiéndose arriba suyo, pero estaba más concentrada en no mirarlo que en otra cosa.
  Idealizaba ese día, me lo imaginaba de mil formas distintas, qué hacer, qué decir, y me producía nerviosismo, me hacía sentir bien, no sé por qué. 
  Ahora puedo decir que no, que es todo lo contrario, y sólo pasó un día. Pero tenía la esperanza de que las cosas tomaran otro camino.
  Sentí tristeza, abandono, y por qué no, ganas de llorar al recordarlo, sin embargo: no es un mal recuerdo, es más como algo que tenía que pasar, aunque quedara el amargo sabor al saber que no pude ayudarlo.

  Y quizás faltaron más abrazos, más charla, más todo, había mucho tiempo, pero se me hizo tan corto.

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