No sé en qué tiempo me introducà en ese lugar. Pero, una vez que entré, no logré salir.
HabÃa muchas personas que desconocÃa, y todos vagaban como si por aburrimiento se tratase y ninguno intentaba localizar una salida de aquél dantesco lugar.
Rápidamente comencé a helarme; antes jamás habÃa presenciado una oscuridad tan gélida ni tan calmante.
Inicié lo que serÃa un largo trayecto, tan desconocido, primerizo y peligroso lugar que estaba frente a mis ojos.
Se encontraban decenas de personas, si es que podÃa denominarles asÃ, que se desplazaban con una terrorÃfica calma, y se movÃan de un lado hacia otro, pero ninguno de ellos parecÃa estar verdaderamente presente.
A pesar de ser oscuro, según lo que podÃan mis ojos visibilizar, habÃa colores que desencajaban esa habitación por completo. Vivos, que dejaban ver brillo, que quizás querÃan ser vida.
Porque claramente ese lugar no lo era, y ninguno de los que estábamos ahà lo sabÃamos.
En aquel espacio conocà a raras almas, pero una en particular llamó mi atención desde el momento en el que allà me empujaron.
Era un alma sin color, podrÃa afirmar que hasta sin vida. Caminaba como si desde antemano supiese que no serÃa posible escapar de allÃ, y hasta parecÃa morir con todo lo que eso conllevaba en tal horrible espacio.
Ella me miró, se sentó junto a mà y con sus labios formaba una bonita sonrisa, que entre grietas dejaba ver partÃculas casi invisibles de oscuridad. Estas se colaban por todos lados y le hacÃa una persona dantesca que producÃa curiosidad más que otra cosa.
Me contó sobre dónde nos encontrábamos, aún sin preguntar. Pero sus ojos eran estrellas y yo no podÃa dejar de verlos. Su alma relucÃa entre las tantas que levitaban por allÃ, a pesar de que se debilitaba con cada segundo que transcurrÃa en ese lugar.
Una de las cosas que me contó la primera vez que la vi, fue que no me fÃe en lo que veÃa, y que por favor no hablara con nadie, que cada paso ahà dentro me encerrarÃa más.
Desconozco por el momento por qué no obedecÃ, sólo seguà su rumbo. Lejos de esconderse, cada momento que pasaba se desnudaba un poco más. Y su alma se engrietaba a cada segundo. Y por alguna extraña razón también la mÃa.
TardÃamente comencé a oscurecer, las capas superiores de la piel se quebraban como si de frágiles vidrios se tratasen. Mis manos se secaban como si lo único que se encontrara aquà fueran absurdos seres que dejamos de existir.
Encontré después de mucho tiempo, cuando ya no era capaz de encontrar una parte sana de mi alma, que habÃan otras tratando de salir. Pero en el medio de tanta oscuridad, tanta calma que en algún momento comenzó a ser gritos de incontrolable desesperación, rogando por ayuda, y por sanar, nadie era capaz de escucharnos.
A esos que nos encontrábamos ahÃ, a los que permanecimos durante largo tiempo, y que de a poco, muy de a poco, hasta con casi dejadez, nos desarmábamos en trozos que no hacÃan más que acoplarse a lo oscuro, a lo único que podÃamos ver, de repente también éramos esa oscuridad que retorcÃa nuestras almas que ya habÃan dejado de ser hacÃa ya demasiado tiempo.
Y rogué con mi desarmado corazón nunca escapar, no si su alma no venÃa con la mÃa. A cada momento su respirar bailaba cerca mÃo, como consiguiente me hundÃa un poco más. Nunca habÃa notado tal profundidad, de alguna forma con el pasar del indefinido tiempo algo nos aprisionaba a los costados, rompÃa con tal brutalidad nuestros huesos que nos quitaba la capacidad de sentir algo más que no sea miedo.
Porque no existÃa algo más que eso, éramos todos un conjunto de negros cuerpos, movilizándonos a cada minuto por un segundo de descubrimiento, absurdas esperanzas que esperaban una indolora salida.
Inmóviles, atados con cadenas, rogando que alguien llegase y nos ayude, pero que no caiga junto a nosotros.
Siluetas destrozadas de vida, deshilachadas de compasión. Incoloros pensamientos, deformados e incompletos.
Los inhumanos gritos desgarraban nuestros cuerpos, adoloridos de tanto caer en la monotonÃa. Nuestros ojos ya no distinguÃan a nadie más, todos habÃan desaparecido por completo pero sus fuertes vociferaciones nunca se detenÃan.
Ya no nos quedaban lágrimas que exteriorizar, no habÃa nada más que sacar. Estábamos completamente huecos. Todos y cada uno de los que permanecÃamos aún allÃ.
Muchos han desaparecido, y de vez en cuando vienen a visitarnos. Sé que se esconden para alertar a los nuevos cuerpos que atraviesan esa tramposa puerta de entrada pero no de salida.
Para siempre permanecÃ, la historia nunca termina. Aprendà a esconderme pero no logré salir, y quizás nunca pueda.
Sólo sé que es el lugar más profundo que existe en el mundo, y todos le llamamos depresión.
HabÃa muchas personas que desconocÃa, y todos vagaban como si por aburrimiento se tratase y ninguno intentaba localizar una salida de aquél dantesco lugar.
Rápidamente comencé a helarme; antes jamás habÃa presenciado una oscuridad tan gélida ni tan calmante.
Inicié lo que serÃa un largo trayecto, tan desconocido, primerizo y peligroso lugar que estaba frente a mis ojos.
Se encontraban decenas de personas, si es que podÃa denominarles asÃ, que se desplazaban con una terrorÃfica calma, y se movÃan de un lado hacia otro, pero ninguno de ellos parecÃa estar verdaderamente presente.
A pesar de ser oscuro, según lo que podÃan mis ojos visibilizar, habÃa colores que desencajaban esa habitación por completo. Vivos, que dejaban ver brillo, que quizás querÃan ser vida.
Porque claramente ese lugar no lo era, y ninguno de los que estábamos ahà lo sabÃamos.
En aquel espacio conocà a raras almas, pero una en particular llamó mi atención desde el momento en el que allà me empujaron.
Era un alma sin color, podrÃa afirmar que hasta sin vida. Caminaba como si desde antemano supiese que no serÃa posible escapar de allÃ, y hasta parecÃa morir con todo lo que eso conllevaba en tal horrible espacio.
Ella me miró, se sentó junto a mà y con sus labios formaba una bonita sonrisa, que entre grietas dejaba ver partÃculas casi invisibles de oscuridad. Estas se colaban por todos lados y le hacÃa una persona dantesca que producÃa curiosidad más que otra cosa.
Me contó sobre dónde nos encontrábamos, aún sin preguntar. Pero sus ojos eran estrellas y yo no podÃa dejar de verlos. Su alma relucÃa entre las tantas que levitaban por allÃ, a pesar de que se debilitaba con cada segundo que transcurrÃa en ese lugar.
Una de las cosas que me contó la primera vez que la vi, fue que no me fÃe en lo que veÃa, y que por favor no hablara con nadie, que cada paso ahà dentro me encerrarÃa más.
Desconozco por el momento por qué no obedecÃ, sólo seguà su rumbo. Lejos de esconderse, cada momento que pasaba se desnudaba un poco más. Y su alma se engrietaba a cada segundo. Y por alguna extraña razón también la mÃa.
TardÃamente comencé a oscurecer, las capas superiores de la piel se quebraban como si de frágiles vidrios se tratasen. Mis manos se secaban como si lo único que se encontrara aquà fueran absurdos seres que dejamos de existir.
Encontré después de mucho tiempo, cuando ya no era capaz de encontrar una parte sana de mi alma, que habÃan otras tratando de salir. Pero en el medio de tanta oscuridad, tanta calma que en algún momento comenzó a ser gritos de incontrolable desesperación, rogando por ayuda, y por sanar, nadie era capaz de escucharnos.
A esos que nos encontrábamos ahÃ, a los que permanecimos durante largo tiempo, y que de a poco, muy de a poco, hasta con casi dejadez, nos desarmábamos en trozos que no hacÃan más que acoplarse a lo oscuro, a lo único que podÃamos ver, de repente también éramos esa oscuridad que retorcÃa nuestras almas que ya habÃan dejado de ser hacÃa ya demasiado tiempo.
Y rogué con mi desarmado corazón nunca escapar, no si su alma no venÃa con la mÃa. A cada momento su respirar bailaba cerca mÃo, como consiguiente me hundÃa un poco más. Nunca habÃa notado tal profundidad, de alguna forma con el pasar del indefinido tiempo algo nos aprisionaba a los costados, rompÃa con tal brutalidad nuestros huesos que nos quitaba la capacidad de sentir algo más que no sea miedo.
Porque no existÃa algo más que eso, éramos todos un conjunto de negros cuerpos, movilizándonos a cada minuto por un segundo de descubrimiento, absurdas esperanzas que esperaban una indolora salida.
Inmóviles, atados con cadenas, rogando que alguien llegase y nos ayude, pero que no caiga junto a nosotros.
Siluetas destrozadas de vida, deshilachadas de compasión. Incoloros pensamientos, deformados e incompletos.
Los inhumanos gritos desgarraban nuestros cuerpos, adoloridos de tanto caer en la monotonÃa. Nuestros ojos ya no distinguÃan a nadie más, todos habÃan desaparecido por completo pero sus fuertes vociferaciones nunca se detenÃan.
Ya no nos quedaban lágrimas que exteriorizar, no habÃa nada más que sacar. Estábamos completamente huecos. Todos y cada uno de los que permanecÃamos aún allÃ.
Muchos han desaparecido, y de vez en cuando vienen a visitarnos. Sé que se esconden para alertar a los nuevos cuerpos que atraviesan esa tramposa puerta de entrada pero no de salida.
Para siempre permanecÃ, la historia nunca termina. Aprendà a esconderme pero no logré salir, y quizás nunca pueda.
Sólo sé que es el lugar más profundo que existe en el mundo, y todos le llamamos depresión.