by - agosto 21, 2017

  Envidiaba a la gente que estaba ahí. A los que te veían, a los que te tenían. A esos que te podían ver reír, que te veían real, sin fingir. Cuando no sonreías por compromiso y se te reía la vida. 
  También aborrecía a los que te hacían serio, a los que te sacaban las ganas de estar bien. A los que hacían que agacharas la mirada y cerraras los ojos por escasos segundos, y no volvieras a reírte por un buen rato. Para mí era pesadilla, para vos era tristeza.
  ¡Pero ellos qué iban a saber! Desconocían cuánto te quería. A veces me gusta pensar que vos también. Que ignorabas ese absurdo brillo ocular, la cursi palabrería que soltaba al final de cada día después de verte.
  Sería absurdo preguntarte si alguna vez te diste cuenta, si lo notaste, si lo imaginaste o te lo dijeron. Si lo viste cuando te observaba a escondidas, con ese inocente miedo a que te dieras cuenta alguna vez, o si ya lo sabías hace rato. Sería tonto preguntarme si alguna vez te quise. 

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