by - noviembre 01, 2018

  A veces pasa un montón de tiempo hasta que caigo en algunos sentimientos, que siempre estuvieron ahí, pero jamás vi. Cuando me doy cuenta, suelen ser revelaciones (y revoluciones), me dejan pensando el resto del día, no soy la misma, jamás lo sería de nuevo. Y vienen para descubrir algo de hace tiempo, yo digo que llegaron unos años tarde, ellos dicen que llegaron justo cuando tenían que llegar. Quizás era cuestión de perspectiva, quizás no lo veía, quizás no estaba lista. 
  Siempre me pregunté en qué momento te das cuenta de que querés a alguien. Sobre eso leí muchas cosas: que te das cuenta cuando ocurre, que si te lo tenés que preguntar, es porque no te pasa. Creo que eso es un poco cierto, digo, al menos a mí me pasó. Pero la duda que siempre me quedaba era si podía querer igual dos veces. De eso me dijeron que no, que las personas eran distintas, que las cosas y, sobre todo, una misma, no podían ser iguales al pasado (eso me lo dije yo). Y hace rato fue revelación (o revolución), me di cuenta de que el instante exacto en el que empecé a querer, o quizás ya quería hace rato, fue cuando dejé de preguntarme por querer dos veces de la misma manera, porque la segunda es más linda, más real, sencilla. El momento en el que no soy capaz de acordarme siquiera si antes quise; porque el sentimiento se siente fresco aunque lleve mucho tiempo, especial aunque sea imposible, sencillo aunque me complique, y de verdad aunque a veces me lo niegue. 
  No sé si será revelación o revolución, pero sé que es querer porque es un círculo colorido y desprolijo entre muchos otros círculos equilibrados y bien pintados. Este se suele escapar entre lo perfecto, se suele colar por donde no debería, y casi siempre, suele ser merecedor de toda mi atención.

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