by - octubre 11, 2016

  Durante todo el día me sentí extremadamente mal, sola y aburrida. Aunque quisiera cambiar eso me era imposible. No podía. 
  Como siempre, hubo algo entre lugares que me sorprendió. Como esas repetidas veces que me sentía sin suerte y por qué no, sin ganas de nada. De repente apareció una vaquita de San Antonio. Qué tiene de importante eso, ¿no?; lo cierto es que me apareció en la campera y después la perdí de vista, pero no pude evitar sentirme feliz por esas cosas muy chiquitas que me hacen bien.
  Estaba cansada, otra vez. De repente aparecieron otras cosas, una canción, el cielo de diferentes colores, un árbol con flores, un momento con alguien que querés... y pensé: ¿cuántas veces estaremos ignorando lo que siempre estuvo ahí, por buscar lo que no necesitamos?, esas reflexiones tardías se me olvidan después, no espero respuesta. Lo cierto es que ver sonreír por algo tan mínimo a alguien que quiero me hizo replanteármelo otra vez. En el camino hacia mi casa lo pensé, mientras esperaba que me abrieran la puerta del edificio. Había unos nenes jugando, 7 u 8 años, máximo. Sólo me quedé esperando a que alguien que saliera abriera la puerta, pero esos nenes hicieron hasta lo imposible para buscarme una llave para entrar. Pensé: ¿tan mala cara tengo? no encontré respuesta, tampoco; no quisieron prestarles una llave, y uno de los nenes dijo "es para que pueda entrar la chica." Increíblemente era muy extraño la insistencia que le ponían a una situación mínima, o al menos eso era para mí. Como no había llave, el nene me dice: "tomá, abrí con este palito", no tenía idea de cómo hacerlo. Mientras lo intentaba me dice: "¿estás llorando?", le repliqué que no. Cuando finalmente llegué a mi casa no podía creer la simplicidad que hay encerrada en un sólo día. Cómo la simplicidad te puede sacar una sonrisa complicada, esas difíciles de formar.

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