Me hubiera gustado
observarme desde una perspectiva diferente, en un borroso pasado, y en una
ilusionada realidad. Yo, ahí, viendo cómo me brillaban los ojos cada vez que te
veía sonreír. O tan siquiera te veía. La forma en la que se formaba una sonrisa
si te veía haciendo nada, cuando nadie lo notaba. La alegría que salía del alma
sólo porque vos. El color que se veía desde lo lejano, la luz que podía
irradiar porque no era más que lo que me producías.
Verlo desde afuera
hubiera sido encantador, porque desde adentro no te puedo explicar lo que se
sintió.
Y lo cierto es que a
veces los recuerdos se me van. No recuerdo en absoluto nada de lo que te quise,
en esos días. Aunque siempre pueda recordar lo que hiciste mal.
A veces tengo la
vida tan en blanco, que me cuesta recordar. Entonces, digo tu nombre en voz
alta, y mi cabeza se llena de momentos, buenos y malos. Elijo los malos,
mayoritariamente. Y me entristezco, me desbordo con lágrimas inexistentes y
añoro lo que era yo: esa que te creía; te creía las ganas y también las ganas
de querer. Pienso, cómo cambiamos, cualquiera que nos hubiera visto diría que
daba para siempre o posiblemente para más.
Intento tranquilizar
el eco de todas esas cosas que nunca me animé a contarte, antes de proseguir
con otros recuerdos que sé, van a terminar doliendo. Y paro, después me olvido.
Soy feliz como para lamentarme tanto. Aunque a veces lo haga a propósito.
Y me entiendo,
siempre lo hago; me hago saber repetidas veces que, si no saco mis palabras, se
atragantan solas. Salen en forma de tristeza y reproches para conmigo misma,
entonces escribo. Entonces también recuerdo. Y, si no fuera por todos esos
recuerdos: las risas, las miradas, las charlas cortitas, las largas también,
vos no existirías en mi memoria, y yo no tendría nada por lo que ser feliz. Es
inmensamente lindo que puedas aún y así con todo lo malo, seguir produciendo
exactamente lo mismo que me hacías sentir, a pesar del tiempo, y a pesar de que
sean sólo memorias olvidadas como lo fue, tu amor.
0 comentarios