by - enero 18, 2017

  Me enseñaron a no llorar, a no confiar en nadie, siempre me dijeron que podés estar para todos, pero cuando necesitaras a alguien, nadie iba a estar. Me dijeron que no era suficiente, se encargaron de recordármelo cada día, tanto que se convirtió en el concepto sobre mí misma. Me enseñaron a callar y a no contar las cosas. Las cosas no se hablan, las cosas no se sufren, las cosas no se lloran, y, si lo hacés, que sea en silencio y que nadie se dé cuenta. Si mamá se daba cuenta se iba a preocupar, vos no querías eso, claro está. No podías entender nada, sólo te quedaba llorar a la noche mientras todos dormían. Te lamentabas preguntándote por qué no eras suficiente, y te recordabas cada cosa que hacías mal, pero que no podías cambiar. Creciste con eso, eso eras vos, una mezcla de insensibilidad con dolor extremo, cerrada en su totalidad, alguien que no se paraba a analizar ni sus propios sentimientos. Sensible cuando se podía. A la noche se recordaba todo y se volvía a llorar. En el día se dormía y se intentaba olvidar. Fueron años. Años de las mismas cosas, para después preguntarte si todo eso estaba bien, o estaba mal. Principalmente te enseñaron a no creer en nadie, todos te iban a fallar. 
  Dejaste de llorar, en algún momento iba a ser una etapa cerrada, pero no lo sabías. Nunca te habían dicho que las personas buenas existían. Que había gente que te podía ayudar. Pero tampoco te enseñaron a cuidarte de la gente que te podía llegar a lastimar. Porque aparecen de la nada, te curan, y se van. Y te duele algo otra vez. Entendés que el dolor es algo de quizás todos los días, y que no podés evitar. Y entendés que querer a alguien duele más que cualquier otra cosa. Porque te enseñaron que el amor ni nada de esas cosas existían. Entonces, ¿vos qué podías creer?; duele, duele y sigue doliendo. No sabés qué hacer. Nunca te había pasado, era la primera vez. Querías y necesitabas ayuda. Pero "las cosas no se hablan, las cosas no se sufren, las cosas no se lloran, y, si lo hacés, que sea en silencio y que nadie se dé cuenta." Además de que no había nadie para hablar. ¿Mamá? Mamá no sabía nada, ¡mamá no se imaginaba nada! Mamá no quería imperfecciones, papá me hizo creer en eso y en todo lo demás. No se podía tener problemas. Entonces el mismo círculo. Llorar, pero más que antes. Demostrar que necesitaba ayuda, mucho menos. Seguir sufriendo sin que nadie lo supiera, eso era lo más acertado. Ya saben que esas cosas llevan a problemas psicológicos, sensación de soledad constante y secuelas de golpes y maltratos, ¿qué se podía esperar? La nena estaba mal. Muy mal. Ya tenía problemas pero ahora muchos más. No sabía cómo afrontar las cosas sola. Ideas de suicidio, ¡por supuesto! Si la salida parecía ser la que más aliviaría el dolor. Pero para ese entonces alguien había llegado y te había enseñado lo que era el amor, que existía y que era algo lindo. Y otra te enseñó a quererte tal cual y sin juzgarte, era obvio que de alguien así no te ibas a separar más. Hasta que pasó. Las cosas buenas siempre se vuelven malas. Las cosas siempre son malas. Lo único que veías es que al final todos se van y que no hay nadie para ayudarte, cuando siempre estuviste, tal y como te lo dijo papá, mirá si se entera de que tenía razón y que te habías equivocado: ¡no! Otra cosa para guardarse y esconderle a mamá, y de paso para llorarla a la noche. Llorar, llorar y seguir llorando, de eso nadie te sacaba. Porque nadie sabía nada. La ida de esa persona te cerró. Te quebró. Siempre habías sufrido en silencio, ¿pero ahora? ¡ahora eso sí era llorar!; Cómo ibas a saber que no hacerle caso a papá iba a conllevar tantas cosas. Vos querías, te preocupabas por todos los demás, pero ahora todo era distinto. Eras vos y sólo vos, los demás, no existían. Los demás esto, los demás lo otro, pero nadie se paraba a pensar en vos. De ahora en más sólo ibas a ser vos, vos, y vos. Y así fue. Te cerraste. Más que antes. Ni siquiera podías llorar, no podías sentir. No desde esa última vez que hablaron, nunca volviste a llorarle. Te sentías sin emoción alguna, nada tenía sentido. El amor esto, el amor aquello, el amor era lo único que te hacía querer. Te hacía seguir, te hacía sentir viva. Era la única persona que te podía hacer bien, la única que te importaba. Por supuesto, si era la única que te enseñó a creer después de todo.
  Las cosas son buenas, hasta que se acaban. Las cosas se vuelven horribles cuando la única persona que te mantenía estable, que te conectaba a la Tierra, se va, te falla. Te habías olvidado de llorar, de sufrir. No te salía, no había lágrimas que sacar. Era un estado profundo donde sólo podías observar cómo sucedía todo, pero no podías hacer ni sentir nada al respecto. Confusión, mucha confusión. Idealizaste, te decepcionaste, y te volviste a caer. ¡Si te dije que no creyeras en nadie, te lo dije más de una vez! Otra vez, papá tenía razón. ¿En serio podía confiar en alguien? Empecé a cuestionármelo día y noche. No. Definitivamente, no. Usabas con anterioridad a las personas a tu antojo pero no tenías idea de que alguien podía hacer exactamente lo mismo con vos. Meses de neutralidad insistente, era una pausa en el tiempo, un paréntesis en tu vida que no te gusta recordar. Hasta que un día entendiste que, bueno, ya está. Y volviste a ser la de antes. A ser la de antes de conocerlo, a la época donde llorabas por todo sin que nadie supiera, con la excepción de que todos lo sabían ahora. ¡Y a papá le da lo mismo, y mamá me abraza cada vez que me ve llorar! Y yo la separo, le digo que estoy bien, cuando no es así, y me sigo guardando las cosas. Mamá llora como yo, siempre lloró como yo, no podía compartirle más dolor. Papá no lloraba en público, ¿cómo pude confiar en él? ¡lloré día y noche por su culpa! Si siempre me dijo que no confiara en nadie. Y confié en él. Primer error, que desencadenó muchos más. A mamá le perdoné cada cosa, pero a papá no lo puedo perdonar, ¡mirá lo que me hizo ser! Cuando sólo necesitaba un consejo, ser mínimamente feliz. No se puede explicar el infierno que viví para poder entender que, papá, se equivocó siempre. Y, que yo, también. Que las cosas malas siempre llegan a ser buenas, porque cada cosa que pasa se cuenta, se sufre, se llora, y si es con alguien más, no duele tanto como guardarlo para siempre. Y sí, todavía hay cosas que nunca pude sacar de adentro. Como el perdonar que me haya dejado cuando más necesitaba que estuviera, y dejarme tantas cosas malas, de irse para siempre, para que cuando piense que tengo que seguir, vuelva siempre una vez más.

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