by - junio 13, 2017

  No te mentiría si dijera que te esperé. Que te esperé por mucho tiempo. Que vos no hacías nada, que yo sólo me dedicaba a esperarte. Que eso no me molestaba porque de igual manera no podía dejarte. Y no me cansaba nunca, para mí, quererte, era lo mejor que sabía hacer. Y vos no llegabas, nunca llegabas para mí. Sin embargo, yo seguía, siempre seguía. 
  Un día, dejé de esperarte. Algo me decía que dejara de esperar por algo que no llegaba nunca. Que perdía tiempo, que lo perdí en gran medida. Y yo no lo quería aceptar, serían incontables las veces que volví a esperarte por costumbre. Porque no sabía hacer otra cosa. Sólo sabía esperarte, no sabía qué hacer si no te esperaba nunca más. Y eso un poco me hizo mal, y otro tanto me enseñó. Te esperé lo suficiente como para darme cuenta de que no tenía que hacerlo más. Y no sabía qué hacer, qué sentir. Me sentía extraña, me sentía sola. No esperaba a nadie, no quería a nadie. No si no eras vos a quien estaba esperando. Y me dolió, y no sabía cómo seguir sin vos. Sin vos no sabía nada. Te esperé por tanto tiempo que todo eso por lo que me quedé nunca pasó, sino que llegó cuando yo ya no te esperaba más. Y me duele, ¿te parece justo? Esperar que pase algo y que ocurra cuando ya no queda nada. Con vos estas cosas siempre pasan, y sin embargo siempre llegan a doler como si nunca te hubiera esperado tanto como lo hice.

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