Deepest place

by - agosto 29, 2017

  No sé en qué tiempo me introducí en ese lugar. Pero, una vez que entré, no logré salir.
  Había muchas personas que desconocía, y todos vagaban como si por aburrimiento se tratase y ninguno intentaba localizar una salida de aquél dantesco lugar. 
  Rápidamente comencé a helarme; antes jamás había presenciado una oscuridad tan gélida ni tan calmante. 
  Inicié lo que sería un largo trayecto, tan desconocido, primerizo y peligroso lugar que estaba frente a mis ojos. 
  Se encontraban decenas de personas, si es que podía denominarles así, que se desplazaban con una terrorífica calma, y se movían de un lado hacia otro, pero ninguno de ellos parecía estar verdaderamente presente.
  A pesar de ser oscuro, según lo que podían mis ojos visibilizar, había colores que desencajaban esa habitación por completo. Vivos, que dejaban ver brillo, que quizás querían ser vida. 
  Porque claramente ese lugar no lo era, y ninguno de los que estábamos ahí lo sabíamos. 
  En aquel espacio conocí a raras almas, pero una en particular llamó mi atención desde el momento en el que allí me empujaron. 
  Era un alma sin color, podría afirmar que hasta sin vida. Caminaba como si desde antemano supiese que no sería posible escapar de allí, y hasta parecía morir con todo lo que eso conllevaba en tal horrible espacio. 
  Ella me miró, se sentó junto a mí y con sus labios formaba una bonita sonrisa, que entre grietas dejaba ver partículas casi invisibles de oscuridad. Estas se colaban por todos lados y le hacía una persona dantesca que producía curiosidad más que otra cosa.
  Me contó sobre dónde nos encontrábamos, aún sin preguntar. Pero sus ojos eran estrellas y yo no podía dejar de verlos. Su alma relucía entre las tantas que levitaban por allí, a pesar de que se debilitaba con cada segundo que transcurría en ese lugar. 
   Una de las cosas que me contó la primera vez que la vi, fue que no me fíe en lo que veía, y que por favor no hablara con nadie, que cada paso ahí dentro me encerraría más. 
 Desconozco por el momento por qué no obedecí, sólo seguí su rumbo. Lejos de esconderse, cada momento que pasaba se desnudaba un poco más. Y su alma se engrietaba a cada segundo. Y por alguna extraña razón también la mía. 
   Tardíamente comencé a oscurecer, las capas superiores de la piel se quebraban como si de frágiles vidrios se tratasen. Mis manos se secaban como si lo único que se encontrara aquí fueran absurdos seres que dejamos de existir. 
  Encontré después de mucho tiempo, cuando ya no era capaz de encontrar una parte sana de mi alma, que habían otras tratando de salir. Pero en el medio de tanta oscuridad, tanta calma que en algún momento comenzó a ser gritos de incontrolable desesperación, rogando por ayuda, y por sanar, nadie era capaz de escucharnos. 
  A esos que nos encontrábamos ahí, a los que permanecimos durante largo tiempo, y que de a poco, muy de a poco, hasta con casi dejadez, nos desarmábamos en trozos que no hacían más que acoplarse a lo oscuro, a lo único que podíamos ver, de repente también éramos esa oscuridad que retorcía nuestras almas que ya habían dejado de ser hacía ya demasiado tiempo.
  Y rogué con mi desarmado corazón nunca escapar, no si su alma no venía con la mía. A cada momento su respirar bailaba cerca mío, como consiguiente me hundía un poco más. Nunca había notado tal profundidad, de alguna forma con el pasar del indefinido tiempo algo nos aprisionaba a los costados, rompía con tal brutalidad nuestros huesos que nos quitaba la capacidad de sentir algo más que no sea miedo.
  Porque no existía algo más que eso, éramos todos un conjunto de negros cuerpos, movilizándonos a cada minuto por un segundo de descubrimiento, absurdas esperanzas que esperaban una indolora salida. 
  Inmóviles, atados con cadenas, rogando que alguien llegase y nos ayude, pero que no caiga junto a nosotros.
  Siluetas destrozadas de vida, deshilachadas de compasión. Incoloros pensamientos, deformados e incompletos.
  Los inhumanos gritos desgarraban nuestros cuerpos, adoloridos de tanto caer en la monotonía. Nuestros ojos ya no distinguían a nadie más, todos habían desaparecido por completo pero sus fuertes vociferaciones nunca se detenían. 
  Ya no nos quedaban lágrimas que exteriorizar, no había nada más que sacar. Estábamos completamente huecos. Todos y cada uno de los que permanecíamos aún allí.
  Muchos han desaparecido, y de vez en cuando vienen a visitarnos. Sé que se esconden para alertar a los nuevos cuerpos que atraviesan esa tramposa puerta de entrada pero no de salida. 
  Para siempre permanecí, la historia nunca termina. Aprendí a esconderme pero no logré salir, y quizás nunca pueda. 
  Sólo sé que es el lugar más profundo que existe en el mundo, y todos le llamamos depresión.

You May Also Like

0 comentarios