Me enamoré de él. Y hay días donde me encantaría poder volver, negar que el para siempre que me prometía era de mentira y que yo nunca me rendiría si lo veía mientras se reía.
Y me enamoré de él. Y hay días que quebraría en pedacitos si me decía que nunca se quedaría, ni a pesar de mi vívida compañía o de mi incomparable melancolía que dolía cada vez que él se iba.
Pero me enamoré de él. Y nada de lo que yo ahora diga demostraría lo que en un incierto pasado fue demostrado con mis ojos cada vez que lloraba porque se quedara a pesar de mi dolor.
Y sin embargo me enamoré de él. Porque cada vez que sus ojos sonreían los míos se llenaban de alegría y mi corazón se enderezaba un poco más, ese mismo que desconocía reparar cada vez que decidía parar a mirarme y yo al volverlo a amar.
Y sí, me enamoré de él. Cada vez que lo miraba mientras se apagaba y decidía dejar de ser todo eso que yo necesitaba ver.
Yo me enamoré de él. De sus manías que también eran mías. Y nada que en este instante escriba se acercaría ni una pizca al amor que le tenía.
Me enamoré de él. Y hay días a los que me encantaría poder volver; para soñarlo, para abrazarlo, para quererlo ó simplemente para poder sentir que no sería en vano todo eso que yo juraba que no quedaba en el medio de la nada.
Y él sabe que me enamoré de él. Y juro que en lo absoluto le importaba verse en mi vista brillar mientras yo me desvivía para que sonriera para mí aunque sea una vez más.
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