by - enero 25, 2018

  Papá nunca me abrazó. Nunca me dijo "te quiero". Papá no sabe mi color favorito, apenas sabe los años que tengo. Veo todos los días a papá, pero nunca está. Papá no sabe mi comida preferida, el nombre de mis mejores amigos o de los cantantes que escucho cada día. A veces pienso que papá odia todo lo que yo quiero, y que desvaloriza todo lo que a mí me hace bien. Yo tampoco sé mucho de papá, más de 16 años no fueron suficientes. Yo tampoco sé su color favorito, ni sé toda su vida. Sé lo que él siempre repite y creo que de memoria. Sé que ama las películas, de terror más que nada. Sé los cantantes que le gustan, sé algunos de sus dolores y me sé de memoria sus anécdotas, pero él no sabe nada de mí, y tampoco nunca se esforzó por saberlo. Papá nunca se sentó a hablarme de nada, pero siempre sabía marcarme lo que hacía mal.
  Papá no sabe lo que me apasiona, desconoce qué cosas me dolieron o cuáles me hicieron llorar, ó esas que en algún momento me hicieron reír. Nos llevamos bien a veces, tenemos algunos temas de interés en común pero nunca pasa de eso. Es como si no lo conociera y él tampoco me conociera a mí.
  A veces intento entenderlo, y lo hago. Y sé que yo haría las cosas diferentes, pero él no es yo y no sé qué pasa por su mente. Papá es una persona como tantas otras. Siempre lo observo, y siempre quise ayudarlo a estar menos solo, o tan siquiera restarle tristeza a sus ojos.
  Pero papá me da mucho miedo, porque siempre fue justo lo que necesitaba para estar bien y lo que nunca vino, siempre fue la parte más sensible de mí y por la que siempre lloré. Y me da miedo porque me hace revivir mis peores recuerdos, y también todas esas veces en las que nunca tuve un papá.

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