by - julio 13, 2018

Ella dice que yo no la conozco, pero está equivocada. Ella me dice que es distinta a como yo la veo, no le puedo decir que podría verla de cualquier manera y aún asi seguir queriéndola. Conozco sus detalles, conozco sus manías. Lo que hace cuando está aburrida, lo que hace cuando no quiere escuchar. La conozco riendo, la conozco siendo un puntito en el medio de tantas cosas gigantes. 
  Le digo que no, que no tengo idea de cómo es, pero sí lo sé. Le digo que ojalá alguna vez ese día llegue, pero que llegue de verdad y no en mi mente, pero no me responde nada. Me cuenta las cosas que haría tal día, la veo imaginando, cosas que si quisiera haría realidad. La veo <arreglándose>, entre comillas, porque para mí no le hace falta nada. 
  Ella me cuenta sobre sí misma, yo, la escucho. Una, dos, tres y más cosas en las que somos iguales. Me encanta. No son las mejores virtudes que se pueden tener pero le quedan tan bien y tan sincero.
  La miro con pena, no me animo, siento que podría leerme al instante. La miro a los ojos pero corro seguidamente la vista para que no me descubra. Cuando ella me mira yo salgo disparada para otro lado al que también observa después de mirarme a mí. 
  La veo irse, no sé cómo explicarlo: la busco con la mirada y observo que se va, el resto del mundo se mueve en cámara lenta, lo juro. Los colores se desencajan entre rosados y celestes, pero ella se ve nítidamente libre. 

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